La niña le cedió el asiento del
metro a su hermana pequeña. Ella se quedó de pie. No tendría más de siete años.
Su hermana pequeña debía tener unos cinco años. Los labios de su madre dibujaban
una curva de tristeza, su tono de voz era agrio, sus movimientos bruscos.
— ¡Siéntate! ¡Te he dicho que te
sientes! —le gritó a su hija mayor.
La menor de las niñas se arrimó
hasta la barandilla.
—¿Prefieres sentarte aquí o al
lado de la barandilla?
La hermana mayor se sienta entre
su madre y su hermana. Las hermanas se abrazan. Su madre sigue con la misma
cara. Las niñas empiezan a jugar. Es un juego de adivinanzas. Me cruzo por un
instante con la mirada de fastidio de la madre y me siento intimidada. La mayor
de las niñas tiene unas mejillas sonrosadas y una carita alegre, enmarcada con
un turbante de flores de colores. La madre busca con movimientos rápidos algo
entre su bolso. La menor de sus hijas parece una princesita, mirando hacia
arriba, pensativa, intentando adivinar el personaje que le describe su hermana.
“Dame una pista”, le ruega a su hermana mayor.
—Os estáis portando muy mal. No
paráis. Estaros quitas. En cuanto lleguemos a casa, tú a la habitación, y tú te
que quedarás abajo. Lleváis todo el día portándoos mal. ¡Qué ganas tengo de que
volváis a ir al colegio! ¡Ya está bien! Voy a sentarme en el medio porque no
paráis.
Las niñas, que no habían hecho
más que jugar a las adivinanzas, están ahora llorando. Cada una a un lado de su
madre. La madre sigue con su sonrisa al revés. Yo no puedo tener hijos. Nuestras
miradas se cruzan de nuevo. Ella intuye lo que pienso y me mira amenazante.
Quiero gritarle que no se merece tener hijas. Saca el móvil del bolsillo. Tiene
una notificación en Facebook. Una de sus mejores amigas ha comentado una foto
de sus hijas: “¡Qué niñas más encantadoras tienes!” Empieza a teclear con sus
pulgares: “¡Sí, son maravillosas! ¡Lo mejor que tengo en la vida!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario