“Elige un trabajo que te guste y
no tendrás que trabajar ni un día de tu vida.” Confucio.
Gran frase y muy cierta. Creo que
esa frase es el principal motivo por el que la gente va a la universidad. La
adecuada formación debería ayudarte a conseguir ese trabajo deseado. Sin
embargo, me río yo de ese “elige” del inicio. Como si estuviéramos en un
supermercado ante una variada opción de productos y tuviéramos la posibilidad
de poder elegir.
Uno de los grandes fracasos de
esta época son las falsas ilusiones que nos han vendido a los jóvenes. Cuando
estás estudiando una carrera te preparan para ser director de cine, de la
empresa, del hotel, del banco, etc. Te venden desde un principio que el que se
esfuerza, consigue llegar a lo más alto. En la vida me he encontrado con muchos
ejemplos de que esto no ocurre así.
Para cualquier profesión, no solo
es necesario tener talento y esforzarse. No niego que el que ha llegado a lo
más alto pueda tener talento y haberse esforzado. Pero, ¿qué pasa con los que
se han quedado en el camino? ¿Qué pasa con los que se han quedado en auxiliares de
cámara, administrativos, recepcionistas o en la atención al cliente en la
ventanilla del banco? ¿Es que ellos no se esforzaron? Hay premios que
recompensan el esfuerzo, pero también hay esfuerzos no recompensados. Al menos
no recompensados a la manera en la que nos lo vendieron.
El problema radica en que esto ha
llevado a muchos jóvenes a la frustración; como no son lo que creían que
llegarían a ser, se creen menos válidos. Se sienten fracasados. Pero la culpa
no es de ellos. Son una serie de errores cometidos, uno tras otro, para que se
llegue a esta situación.
El primero de ellos es la forma
en la que nos han enseñado a medir el éxito. Imaginémonos a alguien exitoso: tiene
un trabajo de prestigio, es admirado y, sobre todo, gana mucho dinero. ¿Es eso realmente
el éxito? El segundo problema es que nos enseñan a luchar por llegar hasta ahí, a ese trabajo
de prestigio, donde uno es admirado y, sobre todo, gana mucho dinero. De ahí
que los trabajos que nos gustaría llegar a tener estén relacionados con las artes
(donde podemos desarrollar nuestra creatividad: actores, cantantes, escritores, compositores, directores de cine, pintores, etc.); con el deporte (futbolistas
de grandes equipos de primera división); o, en general, puestos de poder
(políticos, gerentes, directores, etc.) Tal vez me podáis decir que los deseos
de todos no entran dentro de estas categorías. Probablemente, tengáis razón.
Pero seguro que no conocéis a ningún joven con un poquito de ambiciones que
diga que quiere ser barrendero, dependiente en una tienda o repartidor de
pizzas.
Y todo esto nos lleva a que la
gente no encuentre su lugar en la sociedad. Nos lanzan a estudiar carreras,
donde nos venden que podremos llegar a hacer cosas importantes, pero es mentira.
No es un buen método elegir el número de estudiantes que entran en cada carrera
en función de una nota de corte basándose en la demanda. Si lo que se busca en
la universidad es una salida profesional, ese no es el mejor método. Solo hay
que saber mirar a nuestro alrededor: ¿qué se necesitan, más camareros o
directores de cine?
En un hotel hay varios
recepcionistas en plantilla y solo un director, y todos han estudiado Turismo.
¿Es el director el que más se ha esforzado? No. Puede que se haya esforzado,
pero también puede que sea “hijo de”. Y, aunque sea verdad que ha llegado ahí con
su esfuerzo, ¿alguien piensa que los que se han quedado en recepcionistas no se
han esforzado?
Por fortuna, contamos con la
ventaja de que a una carrera se puede acceder si contamos con la nota
suficiente (en base a la demanda). Y, sí, ahora estoy diciendo “por fortuna”.
No me contradigo de lo anterior. No es un buen método si lo que se busca es
dar salida profesional a todos. Si fuera así, se debería determinar el número
de profesionales que se necesitan en cada sector y, en función a eso, determinar
el número de plazas disponibles en cada carrera. Afortunadamente, en mayor o
menor medida, podemos elegir lo que estudiar.
Ya que fuimos tan privilegiados
de estudiar lo que nos gustaba, no menospreciemos lo que hemos conseguido. No
hemos llegado a directores, pero, si tenemos suerte, trabajamos en el sector
que elegimos. Dejemos de medir el éxito en base a trabajos inalcanzables para
unos pocos en los que pueden mostrar su creatividad, su capacidad de gestión,
y, además, ganan mucho dinero. Hagamos nuestro trabajo con ilusión, aunque no
sea el trabajo con el que habíamos soñado. No es que no nos hayamos esforzado,
es que la sociedad está montada para que solo haya unos pocos triunfadores. Si
lo que queremos es alcanzar esa plenitud, busquémosla fuera de nuestro empleo;
tengamos pequeños hobbies, proyectos, ideas y ambiciones para llevar a cabo
durante nuestro tiempo libre: estudiar otra carrera, hacer deporte, montar un
grupo de teatro, colocar un lienzo y un caballete en medio del salón y comenzar
a pintar cuadros. Que el éxito no se mida con dinero, que se mida con la
felicidad que te proporcionan las cosas que realizas.
Confórmate con ese trabajo que no
te gusta mucho. Piensa que, en realidad, no te gusta porque te han enseñado a
aspirar a otra cosa. Hazlo lo mejor posible, disfrútalo, gana dinero y vete a
tu casa. Y si aspiras a algo más, hazlo por tu cuenta. Es encontrar el
equilibrio entre conformarse con lo que uno tiene, sin por ello dejar de luchar
por aspirar a algo mejor.