viernes, 22 de enero de 2016

DON QUIJOTE, ESE LOCO BONDADOSO

Un póster de Don Quijote de la Mancha me indica que acabo de entrar en el hospital psiquiátrico. El dibujo muestra a un Don Quijote armado, montado sobre Rocinante y en posición desafiante con su lanza. A su alrededor, diversos cuadros de texto explican sus patologías: delirios visuales, esquizofrenia, manía persecutoria y delirios de grandeza, entre otros. Es como si todas las enfermedades mentales pudieran estar recogidas en una sola persona.

Los primeros dibujos que vi de Don Quijote estaban en un cómic infantil. Es un libro que ha estado desde siempre en mi casa. Probablemente, empecé a hojearlo incluso antes de saber leer. Hoy he vuelto a él, para que sus imágenes me devolvieran recuerdos pasados. Me he reído al ver la ilustración de los encantadores que torturaban a Don Quijote, pues recuerdo que de pequeña les tenía mucho miedo. Sabía la página en la que aparecían y la pasaba con prisas para no encontrarme con ellos. El primer sentimiento hacia el Quijote fue de admiración, lo consideraba alguien muy valiente por enfrentarse a esos terribles encantadores. Desde mi visión infantil, yo creía en el Quijote, un verdadero caballero andante. Ese sentimiento de admiración por la valentía de Don Quijote ya nunca ha desaparecido.

Con el paso de los años, a la admiración se unió la envidia. Envidia por ser capaz de dejarlo todo, creer en uno mismo, cambiar de nombre, mudarse de ropa e irse a vivir aventuras por el mundo. Ese ideal romántico de alguien que se arma caballero “para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos”[1] siempre contará con mi admiración.

Me explicaron que Don Quijote estaba loco. Y yo pensé que qué más daba. Don Quijote es alguien que abandona la comodidad de su hogar, su plato caliente y su vida tranquila para hacer justicia con los más débiles y desfavorecidos. ¿No es eso digno de admiración? Su compañero de aventuras Sancho Panza, a pesar de haber sido testigo de todas sus locuras, opina de él que “no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esa sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga”.[2]

Cervantes nos presenta a un loco, a un loco lleno de bondad. Loco idealista que sueña con volver a una época pasada donde los caballeros andantes defienden las causas nobles. Cervantes debía de conocer cuáles eran los síntomas y las causas de la locura, pues los que nos hemos tenido que enfrentar a la locura de alguien cercano a nosotros, no dejamos de ver similitudes en la forma de actuar de Don Quijote. “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio.”[3] Falta de sueño, obsesión y lectura compulsiva. Las mismas causas que desencadenaron después la enfermedad en mi familiar. Su locura se parecía tanto. Locura por hacer justicia, por defender a los más desfavorecidos, por atacar la corrupción política. Delirio de grandeza al creerse alguien especial que podría con todo y contra todos. Creo que el familiar que fui a visitar al hospital psiquiátrico podría protagonizar el Don Quijote que Cervantes escribiría hoy en día.

Y lo que más me gusta del personaje que nos dio a conocer Cervantes es que presentó al mundo al loco bondadoso. Con frecuencia, se tiende a relacionar la locura con la maldad. Cuántas veces hemos oído decir: “¡Es un loco que ha matado a su mujer!” o “Los terroristas esos están todos locos”. Desde la enfermedad de mi familiar, he modificado mi lenguaje. Me niego a justificar esos actos mediante la enfermedad mental: el que mata a su mujer es un ser malvado y los que cometen atentados son seres malvados. No son locos. Parece que la locura es una forma que utilizamos para evitar hablar de la maldad humana, para hacernos creer que hay cosas que suceden por un desajuste en el cerebro. Y no, la maldad humana existe.

¿Qué pasaría si alguien se creyera caballero andante en pleno siglo XXI? Su familia recurriría a la policía para que fueran a buscarlo, lo encerrarían en un psiquiátrico y lo primero que le harían sería medicarlo y hacerle una cura de sueño. Eso fue lo que hicieron con mi familiar y poco a poco se fue recuperando. Don Quijote también recupera la cordura mediante el sueño, después de seis días en la cama y tras unas fiebres altas, vuelve a ser Alonso Quijano. No solo es Alonso Quijano, le acompaña su epíteto: “Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quienes mis costumbres me dieron el renombre de Bueno”[4]. Y todos lloran la muerte de Don Quijote porque “en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no solo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuanto le conocían”.[5]

Por eso, preside la entrada al hospital psiquiátrico. Los enfermos se sienten bien cuando su locura se compara con la de Don Quijote. Porque ser comparado con una persona –y digo persona porque Don Quijote es casi más real que nosotros- que es admirada, alabada y querida por todos a pesar de su locura o, mejor dicho, a causa de su locura, es un honor.




[1] Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Introducción de Felipe B. Pedraza, Madrid, Algaba, 2004. Pág. 125.
[2] Ibídem, pág. 613
[3] Ibídem, pág. 66
[4] Ibídem, pág. 1032
[5] Ibidem, pág. 1033