miércoles, 19 de noviembre de 2014

HUEVOS FRITOS

De hoy no pasaba. Ella tenía que saberlo. No había pensado en otra cosa la noche anterior. Se pasó durante horas con el cigarrillo en la mano y con la guitarra al lado, incapaz de tocar.
Se levantó temprano aunque apenas había dormido. No quería llegar tarde a su cita diaria. Cuando salió de la ducha, aún envuelto en la toalla, buscó en el cajón de su cómoda el colgante con el símbolo de la paz que le había traído su amigo desde Costa Rica. Estaba seguro que le iba a dar suerte.
Sacó del armario su chaqueta. ¡Jodido frío que hacía en Inglaterra! Estaban en pleno verano y rara vez podía ir en manga corta. Cogió el autobús sesenta y cuatro que lo llevaba directamente al centro y al apearse le dio las gracias al conductor, una costumbre inglesa de decir gracias a todas horas que pensaba que no llegaría a adquirir.
Ya no vagaba sin rumbo por la ciudad. No era como aquella primera vez que llegó al centro sin tener ni idea de donde estaba, cuando se perdió entre sus calles y entre las tiendas de souvenirs con escaparates repletos de autobuses rojos y cabinas telefónicas en miniatura. Preguntó cómo llegar al Leeds Markets, le habían dicho que allí podría conseguir a buen precio cualquier cosa que necesitara. Quería comprar sábanas. Llevaba dos días durmiendo sobre el colchón y tapado con una manta vieja que había dejado alguien olvidada en la habitación que había alquilado.
Cruzó por el mercado que anunciaba carne a buen precio, que presumía de sus pirámides de frutas brillantes y donde se mezclaban los productos importados con los robados.
Tenía hambre y el olor a salchichas y huevos fritos recién hechos le estaba matando. Se encaminó a la zona de bares. Todos los lugares ofrecían el conocido English Breakfast. ¿Cuántos días llevaba en Inglaterra? ¿Cinco? ¿Seis? Era hora de deleitarse con un suculento desayuno.
Se metió en el primero que vio, tenía buena pinta. En un tablón detrás de la barra estaban anunciados los diferentes tipos de desayuno que se podían pedir. Dos huevos fritos, salchichas, bacon y judías. ¡Qué hambre! De repente, una voz le preguntó si ya se había decidido. Provenía de unos labios sonrientes, rosados y apetitosos como dos gominolas.  Sostenía un bloc en una mano y en la otra un bolígrafo, tenía unos ojos azules intensos, enmarcados en una melena corta cuidadosamente peinada. Vestía el uniforme blanco, abotonado por delante, y llevaba graciosamente el gorrito a juego.
Sergio se quedó embobado. La chica le sonrío. Era con diferencia la chica más guapa que había visto en Inglaterra. Recuperó la compostura y le pidió el desayuno. Desde ese día, se convirtió en el mejor cliente del bar. No fallaba nunca. Y cada mañana estaba allí para pedir su desayuno inglés a la chica más espectacular que conocía.
No solo era guapa. También era simpática, siempre estaba sonriendo, bromeando. Se interesaba por él. Le preguntaba como se estaba adaptando al nuevo país. Le decía que le gustaría ir a España algún día. Ella estaba trabajando allí solo para pagarse los estudios. Estudiaba en una academia de baile. Quería ser bailarina profesional. Él la escuchaba extasiado. Se sentía afortunado de que una chica como ella se estuviera dirigiendo a él.
Se obsesionó. Le hablaba de ella a todo el mundo; a sus amigos en España y a la gente que había conocido en Leeds. Muchas veces, después de haber estado de copas toda la noche, no se iba a casa a dormir para poder tomar el desayuno en el bar donde ella trabajaba. Valía la pena estar allí por el simple hecho de la verla hendir sus dedos en la cáscara de huevo y dejarlos caer en la sartén.
Ella mostraba interés por él. Le saludaba siempre efusivamente. Le contaba sus cosas. No dejaba de sonreírle. Él necesitaba algo más. Quería llevarla a dar un paseo, al cine, a cenar, invitarla a su casa, pasar todo el día con ella, hacerle el amor una y mil veces. De hoy no pasaba. Le iba a decir lo que sentía.
Se acercó a la barra y ella le saludó con su sonrisa y su “hola Sergio” que había aprendido a decir en español.
—Me gustaría hablar contigo Charlotte. Hay algo que quiero decirte. ¿Podemos quedar hoy cuando termines de trabajar? —le soltó de carrerilla, tal y como había planeado decirle durante todo el camino.
—Pero, ¿de qué tenemos que hablar?
No esperaba una respuesta como esa.
—Hay algo que quiero decirte.
—Pero, ¿qué es?
¿Por qué le estaba haciendo esto? Bien sabía de qué se trataba. De qué puede querer hablar un chico que va todos los días a desayunar al mismo bar donde trabaja una chica guapísima.
—Me gustas Charlotte. Me gustas muchísimo. No dejo de pensar en ti.
Charlotte explotó en una carcajada y  no dejaba de repetir “So cute!” Sergio agachó la cabeza. Sonreía para disimular su humillación. Charlotte se le acercó y le dijo al oído.
—Ves al chico de allí enfrente. El que trabaja en la floristería y no para de mirarnos. Es mi novio. Llevo con él más de un año. No le haría ninguna gracia escuchar lo que me estás diciendo —le dijo Charlotte arqueando las cejas.  
Por la puerta entreabierta podía ver a Charlotte junto a sus compañeras de trabajo, contándoles algo que les hizo reír y mirar hacia la barra. Sergio supo que estaban hablando de él. Sacó su billetera, dejó sobre el mostrador las libras exactas que costaba el desayuno y nunca más volvió a comer los huevos fritos que preparaba Charlotte.




domingo, 16 de noviembre de 2014

EL ANUNCIO DE LOTERÍA DE NAVIDAD 2014 - El mayor premio es compartirlo

La primera vez que vi el anuncio de lotería de este año, lloré. La segunda, también. Muchos critican que se juega con las situaciones dramáticas que muchas familias españolas viven actualmente. Sin embargo, yo no lo veo así. La idea del anuncio me gusta porque, según mi opinión, no creo que se incite al consumo. Al contrario, el mensaje con el que me quedé fue el de “no te preocupes si este año no tienes dinero para compra lotería, si tienes buenos amigos a quienes les salga, la compartirán contigo”. El anuncio me pareció entrañable y creo que se debe en gran medida a los ojos vidriosos del actor que interpreta a Manuel.

Sin embargo, cuál fue mi sorpresa al enterarme, a través de una noticia en Facebook, que un tal Jon Díez Domínguez explicaba que había trabajado gratis como director de fotografía en la maqueta del anuncio, con la esperanza de que finalmente le contrataran si la agencia ganaba el concurso. La agencia de Leo Burnett salió elegida, pero nadie le llamó, ni siquiera para decirle que no contaban con él. El mayor premio es compartirlo. Parece que los mismos creadores del anuncio no ponen en práctica su lema. El acto de Antonio, que ha emocionado a miles de españoles, no se practica en la agencia de Leo Burnett.

Además, el anuncio ya no me parece tan emotivo. ¡Cómo juega Antonio con los sentimientos de su amigo Manuel! Se espera a que llegue al bar, a que vea como todo el mundo festeja la alegría del premio y ya cuando ve que se le está tragando la tierra, le sale con la bromita de los 21 euros. ¡Coño! Si es tu amigo, llámalo nada más te enteras que te ha salido el gordo y le dices que le has guardado el décimo o díselo nada más lo veas entrar en el bar. No juegues con el pobre hombre, ¡sinvergüenza! 

martes, 4 de febrero de 2014

UNA EDUCACIÓN SIN EXÁMENES NI CALIFICACIONES

Hace casi tres semanas que terminé la época de los exámenes. Esas semanas en las que no puedo hacer nada más que estudiar; adiós a quedar con los amigos, a ver mi serie favorita, a salir de compras, incluso, adiós a estar largo rato en la cocina preparándome una comida en condiciones. Son días en los que el único objetivo es estudiar, estudiar y estudiar.

Y es, en esos momentos, cuando me da el bajón porque estoy estudiando el desengaño del hombre del Barroco, cuando me planteo muchas cosas. Realmente, ¿sirve para algo estudiar de esta manera? Siento que durante los exámenes asimilo conocimientos como si estuviera delante de un gran banquete y  tuviera que atiborrarme, para después llegar al examen y vomitar todo lo que he comido. ¿Estoy asimilando conocimientos? ¿Sirve para algo?

Supongo que las cosas que aprendo se quedan en algún lugar de mi cabeza, en esa biblioteca que debe de haber en mi cerebro. Pero las fechas, nombres y lugares están borrados, como si les hubieran caído gotas de lluvia justo donde están escritas. Mi cerebro en lugar de una biblioteca, guarda puzzles, piezas sueltas, hojas embadurnadas.

Me preguntó si sería diferente un sistema educativo sin exámenes ni calificaciones. Una educación que supusiera un aprender continuo, sin la necesidad de estas épocas de exámenes tan infructuosas. Un sistema donde lo principal fuera aprender y la cooperación entre alumnos y profesores. Un sistema que no terminara con una nota que me califica como suspendido, aprobado, notable o excelente en la materia. Una mentira más del sistema. Yo no me siento excelente porque haber contestado correctamente una serie de preguntas sobre el temario que he estudiado.

Solo espero que sirva para algo estudiar tanto y de esta manera.