Hace casi tres semanas que terminé la época de los exámenes.
Esas semanas en las que no puedo hacer nada más que estudiar; adiós a quedar
con los amigos, a ver mi serie favorita, a salir de compras, incluso, adiós a
estar largo rato en la cocina preparándome una comida en condiciones. Son días
en los que el único objetivo es estudiar, estudiar y estudiar.
Y es, en esos momentos, cuando me da el bajón porque estoy
estudiando el desengaño del hombre del Barroco, cuando me planteo muchas cosas.
Realmente, ¿sirve para algo estudiar de esta manera? Siento que durante los
exámenes asimilo conocimientos como si estuviera delante de un gran banquete
y tuviera que atiborrarme, para después
llegar al examen y vomitar todo lo que he comido. ¿Estoy asimilando
conocimientos? ¿Sirve para algo?
Supongo que las cosas que aprendo se quedan en algún lugar
de mi cabeza, en esa biblioteca que debe de haber en mi cerebro. Pero las fechas,
nombres y lugares están borrados, como si les hubieran caído gotas de lluvia
justo donde están escritas. Mi cerebro en lugar de una biblioteca, guarda
puzzles, piezas sueltas, hojas embadurnadas.
Me preguntó si sería diferente un sistema educativo sin
exámenes ni calificaciones. Una educación que supusiera un aprender continuo,
sin la necesidad de estas épocas de exámenes tan infructuosas. Un sistema donde
lo principal fuera aprender y la cooperación entre alumnos y profesores. Un
sistema que no terminara con una nota que me califica como suspendido,
aprobado, notable o excelente en la materia. Una mentira más del sistema. Yo no
me siento excelente porque haber contestado correctamente una serie de
preguntas sobre el temario que he estudiado.
Solo espero que sirva para algo estudiar tanto y de esta manera.
Solo espero que sirva para algo estudiar tanto y de esta manera.